El vapuleo a Madrid se basa en un error: convertir la parte que son sus élites, plagadas de horteras de bolera, en el todo que es una ciudad absolutamente inasible Leer El vapuleo a Madrid se basa en un error: convertir la parte que son sus élites, plagadas de horteras de bolera, en el todo que es una ciudad absolutamente inasible Leer
«Este es mí Madrid», zanjó Joaquín Sabina antes de cerrar el concierto que había arrancado con Yo me bajo en Atocha y su sucesión de estampas, cada vez más remotas, de la capital. En ese demostrativo «este» cabe todo lo que es una ciudad que contiene multitudes, tan empecinada en que la detesten con razón los que no viven, o malviven, en ella como en que sigamos queriéndola sin medida los privilegiados a los que aún no ha expulsado su transformación en parque de atracciones para ricos.
El vapuleo a Madrid se basa en un error: convertir la parte que son sus élites, plagadas de horteras de bolera y advenedizos, en el todo que es su alma absolutamente inasible. Ese Madrid de Sabina aún existe, aunque se difumina en una ciudad cuyo principal rasgo de personalidad es que no tiene ninguna. O, mejor dicho, las tiene todas. Juntas y no revueltas. Hay un Madrid para cada persona y por eso, diga lo que diga Isabel Díaz Ayuso, nos seguimos encontrando constantemente con nuestros ex, porque todos hemos cogido nuestros trocitos y convertido la metrópoli en un pueblo. Nuestro pueblo.
Mi Madrid no es el de Sabina ni el de la presidenta, es sólo mío y del puñado de personas que protagonizan mi película. Ha cambiado con los años, de los botellones en la plaza del Dos de Mayo, la Malasaña abierta hasta el amanecer, las hamburguesas del Lozano, La Metralleta, Crisis Comics y mi Vicente Calderón a los cócteles en Santos y desamparados y 1862, el Moloko, las chuletillas de conejo de La Catapa, las noches de otoño en Argumosa y las mañanas de museos con los niños. De unos amigos a otros diferentes aunque sean los mismos. No han cambiado el Atleti ni, diga lo que diga Marcos Llorente, el cielo. No es poco.
Y nunca olvido que a su alrededor están el Bernabéu, el trampantojo de las urbanizaciones de pádel del norte, Las Ventas, los restaurantes ‘canallitas’, la resurrección de las discotecas clasistas, los barrios vendidos al mejor postor… Lugares que detesto o no pisaré nunca, pero que me encanta que existan porque, como el mejor videojuego de mundo libre, permiten que cada persona construya Madrid como le dé la gana. Ni mejor ni peor, sólo suya.
Adoro mi ciudad, pero no me siento especial por ser de aquí. Es más, ni siquiera creo que ser madrileño sea una categoría firme. ¿Por qué? Piénsenlo, ¿puede un tío de Úbeda serlo más que cualquier madrileño? Claro que puede. Ahí está Sabina, que lleva casi 50 años explicando en qué consiste Madrid: en un montón de estampas independientes, inconexas, inexplicables… Un collage hecho por un niño de 10 años que, por una casualidad cósmica, acaba resultando hermoso.
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