Hoy es un día relevante para Donald Trump. Israel lo recibirá como un salvador y después, en Sharm el Sheik, un grupo importante de líderes árabes y europeos aplaudirán su brillantez táctica. Ha puesto de acuerdo a Netanyahu y Hamas, enemigos irreconciliables, y la población de Gaza recupera el pulso.
Hoy es un día relevante para Donald Trump. Israel lo recibirá como un salvador y después, en Sharm el Sheik, un grupo importante de líderes árabes y europeos aplaudirán su brillantez táctica. Ha puesto de acuerdo a Netanyahu y Hamas, enemigos irreconciliables, y la población de Gaza recupera el pulso.Seguir leyendo…
Hoy es un día relevante para Donald Trump. Israel lo recibirá como un salvador y después, en Sharm el Sheik, un grupo importante de líderes árabes y europeos aplaudirán su brillantez táctica. Ha puesto de acuerdo a Netanyahu y Hamas, enemigos irreconciliables, y la población de Gaza recupera el pulso.
No se puede conseguir más con menos. Dado que en su propuesta para pacificar Gaza nadie se compromete a nada esencial, todos pueden cantar victoria.
La genialidad táctica de Trump indica que la percepción de la paz es mejor que la paz misma
Intercambios de prisioneros entre israelíes y palestinos ha habido muchos desde la primera guerra de 1948. Ninguno ha servido para sellar la paz y el de hoy, seguramente, tampoco. Pero eso ya no importa. Trump ha inventado la paz desechable y, por ahora, funciona. En su mundo, lo más valioso es lo que se representa y lo que se proyecta, es decir, lo que se organiza para ser visto y sentido, lo que se vende como eterno aunque sea desechable.
Hoy, en Sharm el Sheik, Trump transformará un intercambio de prisioneros en un acuerdo de paz milenaria y todos aplaudiremos el truco de magia porque en estos tiempos confusos la emoción cura los miedos.
Las lágrimas de los liberados, de los rehenes israelíes y de los prisioneros palestinos, suponen una gran dosis de emoción. La retórica sentimental y trascendental de los relatores políticos, amplificada a través de las redes que alimentan la comunicación de masas, utilizará esta alegría tan genuina y durante tanto tiempo esperada para crear la ilusión de una paz que no existe.
Trump ha demostrado que la paz representada es mejor que la real porque no ha de corregir las causas de un conflicto. Solo ha de aliviar un poco el dolor que provoca la violencia.
Este alivio es suficiente para enmascarar la verdad, para que podamos volver a nuestras cosas pensando que Gaza es una pesadilla superada. Nuestra atención estará en otro asunto convenientemente mediatizado cuando israelíes y palestinos sigan con su tormento y su desconfianza.
Pero Trump no se olvida de ellos. Les promete que se mantendrá firme para que cuaje el acuerdo y se consolide la convivencia. Su palabra no vale mucho salvo cuando sirve para cerrar un negocio y la reconstrucción de Gaza es una gran oportunidad.
El dinero no compra la paz, pero sí la felicidad. Israelíes y palestinos no han de darse la mano para ser felices. Trump cree que si las cosas les van bien serán más prácticos y menos trascendentales. La historia, la religión y la geografía les pesará menos, y él puede ayudarles a que así sea porque sabe cómo fijar precios de mercado a la dignidad de las personas.
La paz, sin embargo, no es nada si no es trascendente. Israel no se retirará de Gaza –como no lo ha hecho de Líbano y Siria– y Hamas no se desarmará mientras no haya líderes en Israel y Palestina dispuestos a darse la mano. Sin embargo, a este gesto de verdadera reconciliación es difícil llegar por la senda de la banalidad que hoy parte de Sharm el Sheik.
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