Un obligado apretón de manos frente a las cámaras y dos horas de reunión en Corea del Sur han confirmado que Donald Trump no puede con Xi Jinping. Ha perdido la guerra comercial que decretó el pasado 2 de abril, aquel eufórico día de la liberación con el que se abría una era dorada para Estados Unidos.
Un obligado apretón de manos frente a las cámaras y dos horas de reunión en Corea del Sur han confirmado que Donald Trump no puede con Xi Jinping. Ha perdido la guerra comercial que decretó el pasado 2 de abril, aquel eufórico día de la liberación con el que se abría una era dorada para Estados Unidos.Seguir leyendo…
Un obligado apretón de manos frente a las cámaras y dos horas de reunión en Corea del Sur han confirmado que Donald Trump no puede con Xi Jinping. Ha perdido la guerra comercial que decretó el pasado 2 de abril, aquel eufórico día de la liberación con el que se abría una era dorada para Estados Unidos.

YONHAP / EFE
Sin embargo, aquel 2 de abril, al anunciar aranceles contra las importaciones de decenas de países, Trump cometió un gravísimo error estratégico, sobre todo con China y sus aliados más próximos.
Desde que a finales del 2001 George W. Bush decretó la guerra contra el terror para vengarse de los atentados del 11-S, un presidente estadounidense no había tomado una decisión tan absurda y de consecuencias tan negativas.
Trump pensó que tenía la sartén por el mango porque China exportaba a Estados Unidos mucho más de lo que importaba, pero no calculó bien. China podía comprar en otros países la soja y otros productos de la agroindustria norteamericana. Estados Unidos, sin embargo, no podía adquirir en ninguna otra parte las tierras raras que necesita para mantener su ventaja tecnológica.
China posee el 90% de las reservas mundiales de estos minerales. Es el único proveedor mundial de seis tierras raras pesadas y lidera la producción de los imanes que se producen con estos materiales.
Cualquier motor, cualquier dispositivo electrónico de última generación, sea para un dron o un submarino, para una aerogenerador o un automóvil, lleva componentes fabricados con tierras raras.
Cuando Trump anunció que subía los aranceles a China, Xi respondió con la misma moneda. El presidente estadounidense llegó a decretar unas tarifas del 100% a las importaciones chinas. Xi no se inmutó. Prohibió la venta de tierras raras a Estados Unidos, restricciones que ha endurecido este mismo mes de octubre.
Estados Unidos, por primera vez en su historia, no controla el suministro de las materias primas que necesita para mantener su hegemonía. Ni su ejército ni sus empresas serán dominantes sin la tecnología que se produce a partir de las tierras raras.
Hace años que podría haber empezado a buscar alternativas para no depender de China, pero no lo ha hecho y ahora es tarde.
Fiel a su estilo, Trump fue de matón en abril, pero no calculó bien. Lanzó el primer golpe, pero Xi lo tiene contra las cuerdas.
El presidente chino acepta posponer un año las restricciones a la exportación de tierras raras y de imanes. También se compromete controlar la exportación de fentanilo y a volver a comprar soja a los granjeros de Iowa y Kansas que estaban con la soga al cuello: las quiebras en el medio oeste se han disparado un 65% en el último año.
A cambio, Trump rebaja los aranceles al 47% y abre la puerta a que Nvidia venda a China chips de última generación.
En resumen, mientras China busca y encuentra mercados alternativos para sus exportaciones, Xi tiene en sus manos el control del desarrollo de la industria tecnológica norteamericana. Dado que frenar cuando quiera la venta de tierras raras, mantiene a los estadounidenses y a los europeos con la incertidumbre, es decir, obligados a portarse bien.
Trump se porta bien. Durante el apretón de manos en una base aérea en Busan, se ha hecho el simpático ante un Xi inmutable. A la reunión en el marco de la cumbre de la APEC ha llegado con los deberes hechos.
Ha levantado las restricciones a TikTok, ha retrasado la entrega de armas a Taiwán y en julio se opuso a que el presidente taiwanés hiciera una escala en Nueva York. También ha acusado a Taiwán de robar a Estados Unidos el negocio de los semiconductores y ahora abre la puerta a que China pueda comprar a Nvidia los chips más avanzados del mundo.
Los microprocesadores de la familia Blackwell son tal vez el producto más sofisticado que existe. Nvidia quiere vender a China el modelo B30A. Tiene la mitad de la capacidad computacional que el más potente de los Blackwell, pero es muy superior a los made in China.
Jensen Huang, director general de Nvidia, es un firme aliado de Trump. Toda la elite tecnológica de Silicon Valley lo es, pero Huang lo es más porque su empresa, valorada en cinco billones de dólares –un billón más que Apple y Microsoft- es hoy la más importante del mundo.
Huang ha convencido a Trump para que le permita hacer negocios en China con los chips Blackwell. Cree que Estados Unidos mantendrá la ventaja estratégica en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) mientras los chinos construyan la suya sobre una base tecnológica norteamericana.
Es una predicción muy arriesgada porque Xi trabaja para que China lidere la IA con tecnología propia. Poder copiar a Nvidia es, sin duda, un buen atajo. Además, la mitad de los investigadores sobre IA están en China y las restricciones que Trump ha puesto a la entrada en Estados Unidos de ingenieros y científicos aún inclinarán más a su favor el mercado del conocimiento.
EE.UU. prohíbe la venta de chips de última generación a China, pero Trump está de acuerdo con Huang en que las restricciones deben relajarse a pesar de que en abril, con chips inferiores a los últimos modelos de Nvidia, sorprendió a Silicon Valley con DeepSeek, un modelo de IA a la altura de ChatGPT.
A Estados Unidos le iría bien la colaboración de los países europeos para buscar alternativas a las tierras raras chinas. Juntos suman el 30% del PIB mundial. Pero Trump no los ha tratado como aliados, sino como subalternos y aprovechados, y ahora los europeos buscan su propia autonomía estratégica y tecnológica. China no es para ellos la amenaza que supone para EE.UU.
Durante su encuentro con Xi, Trump no ha sacado nada sobre Ucrania, una guerra que supone un problema existencial para Europa y en la que China, como aliado de Rusia, tiene mucho que decir.
Tampoco ha planteado la situación en Taiwán, a pesar de que Xi ha ordenado al Ejército de Liberación Popular que sea capaz de ocupar la isla en el 2027.
Por supuesto, Trump no ha comentado nada sobre la violación de los derechos humanos, el encarcelamiento de líderes democráticos en Hong Kong o la situación en Tíbet y Xinjiang.
Son silencios y omisiones que demuestran la vulnerabilidad de Estados Unidos en su relación con China, la más determinante para el futuro del mundo.
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