“Soy profesor, trabajo en un colegio. También estudio y cuando vuelva tendré que ir a trabajar, como todos en el equipo. Esta es nuestra realidad”. Las palabras de Christian Gray nada más finalizar el encuentro en Nashville eran de lo más terrenales. Ni su increíble gol ni el sonado empate cosechado por el Auckland City ante Boca Juniors (1-1) bajo un calor sofocante le hicieron olvidar, ni por unos instantes, que su vida nada tiene que ver con la de un futbolista profesional de élite, como los que ha tenido que defender (y padecer) durante el Mundial de Clubs.
Christian Gray firma un increíble empate para el Aukland City ante Boca Juniors en Nashville (1-1)
“Soy profesor, trabajo en un colegio. También estudio y cuando vuelva tendré que ir a trabajar, como todos en el equipo. Esta es nuestra realidad”. Las palabras de Christian Gray nada más finalizar el encuentro en Nashville eran de lo más terrenales. Ni su increíble gol ni el sonado empate cosechado por el Auckland City ante Boca Juniors (1-1) bajo un calor sofocante le hicieron olvidar, ni por unos instantes, que su vida nada tiene que ver con la de un futbolista profesional de élite, como los que ha tenido que defender (y padecer) durante el Mundial de Clubs.
Las escandalosas goleadas a manos de Bayern (10-0) y Benfica (6-0) dejaron en evidencia la enorme desigualdad que podía encontrarse el nuevo torneo millonario de la FIFA. Las críticas por la participación de un equipo amateur no se hicieron esperar e incluso en su propio país la poca prensa que sigue con cierto interés las andaduras de su representante se mostró crítica por esa mala imagen ofrecida al mundo. Sin embargo, la imprevisibilidad del fútbol permite en ocasiones que se produzcan milagros. Lo buscaba Boca en el Geodis Park para acceder a cuartos de final -necesitaba la derrota del Benfica y ganar por siete goles o más de diferencia- y lo encontró su humilde rival formado por transportistas, funcionarios, agentes inmobiliarios o vendedores de teléfonos móviles.
“Cuando vuelva tendré que ir a trabajar, como todos en el equipo. Esta es nuestra realidad”, explica el tímido defensa neozelandés
En el minuto 52, un cabezazo del profesor Gray a centro del barbero Jerson Lagos terminó en el fondo de la red de Marchesín. Se había adelantado el conjunto xeneize con un gol en propia del estudiante Nathan Garrow, portero que resistió las embestidas de los argentinos hasta el pitido final bajo la atenta mirada del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y los 17.000 espectadores, casi todos hinchas de Boca, sin duda la afición más animada del torneo. Ni con el parón de media hora por amenaza de tormenta eléctrica pudo recomponerse el favorito y sumar los tres puntos casi obligados en la capital de Tennessee.
Mientras la prensa argentina se “avergonzaba” y un futbolista mítico como el delantero Edinson Cavani se excusaba, los medios neozelandeses hablaban del “heroico” punto conseguido. Desde 2012, el gran dominador del fútbol oceánico se había topado solo con la derrota en el anterior formato del Mundial de Clubs -y siempre con rivales muy inferiores al histórico club argentino-. El amateurismo fue dignificado gracias a Gray, profesor de educación física de secundaria en la Auckland Grammar School, centro educativo más acostumbrado a ver salir a futuras estrellas de los All Blacks y del que se ha ausentado al pedirse días libres para poder viajar con su equipo a Estados Unidos. Algunos de sus compañeros no saben ni se tendrán trabajo cuando regresen, ya han agotado sus vacaciones anuales o directamente se les resta este tiempo fuera de su salario.
“Tengo acumuladas varias tareas en este último mes, así que, por suerte, me pondré con ellas cuando vuelva durante las vacaciones escolares. Soy de un pueblo pequeño muy lejos de aquí, muy diferente a este entorno; es casi un sueño, así que me quedo un poco sin palabras”, decía con timidez tras recibir el MVP del partido.
Hijo de Rodger Gray, quien fuera capitán de la selección neozelandesa en los noventa, y de Sandra Edge, una leyenda del netball en su país (una especie de baloncesto sin tablero), Christian ha jugado a fútbol desde muy pequeño. Aficionado al Liverpool y al fútbol de posesión, el defensa del Auckland vivió a sus 28 años el momento más especial de su carrera.
El portero que encajó 10 goles contra el Bayern dice que su equipo representa “el 99,9% de los futbolistas; el 0,1% de los futbolistas son profesionales, pero nosotros somos el resto”
El fútbol en Nueva Zelanda no deja de ser un pasatiempo para unos pocos. Muchos ciudadanos ni se habrán percatado de la gesta. El rugby con los All Blacks, y en menor medida el críquet, acaparan todo el interés deportivo. A diferencia de gran parte del planeta, vivir del deporte rey es una quimera. Y quien vale ficha por alguno de los dos clubs profesionales que militan en la A-League (el Wellington o el vecino rico, el Auckland FC, forman parte de la liga australiana, que depende desde 2006 de la Confederación Asiática para tener un fútbol más competitivo, lo que excluye a estos clubs oceánicos de la posibilidad de participar en torneos como este) o se abren camino lejos de Aotearoa, “tierra de la larga nube blanca”, como denomina la población maorí su país.
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“Dependemos de los voluntarios, no tenemos mucho dinero, así que me alegra que estén contentos. Creo que el club se lo merece y me alegro por los chicos. Han sido cuatro años muy largos, para ser sinceros, preparándonos para esto. Ha sido un viaje difícil; sabemos que hemos tenido resultados duros, pero me alegro por el equipo y los chicos. Espero que hayamos recuperado un poco de respeto”, añadía Gray.

ALEX GRIMM / AFP
Conor Tracey, portero que encajó los diez goles contra el Bayern en el primer partido, dijo antes del torneo describí al Auckland City como una especie de embajador de todos aquellos que juegan al fútbol por amor al deporte. ”Somos, no de forma egocéntrica, una especie de representación del 99,9% de los futbolistas que hay por ahí; el 0,1% de los futbolistas son profesionales, pero nosotros somos el resto, y no es tarea fácil”, declaró en ESPN.
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Con su participación en el torneo y el punto logrado, el Auckland City se embolsará unos cuatro millones de euros de los más de 860 millones que la FIFA reparte entre los 32 participantes. Todo un dineral para ellos, aunque lejos de los casi 108 millones que se puede llevar el ganador.
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