Si pudieras encontrarte con el Triunfo y la Derrota y tratar a estos dos impostores por igual…
La leyenda de los ochenta y noventa narra su experiencia de 231 días en la cárcel a través de ‘Inside’, su libro: “Son los gritos lo que más te horroriza la primera noche”
Si pudieras encontrarte con el Triunfo y la Derrota y tratar a estos dos impostores por igual…
Rudyard Kipling; la frase cuelga en la pared de la entrada de los tenistas al Centre Court de Wimbledon
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“La cárcel de Wandsworth está a tres kilómetros de la Pista Central de Wimbledon –recuerda Boris Becker (57)–: entre un lugar y el otro hay un número de diferencia en el código postal, pero una distancia imposible”.
Becker sabe de qué habla, conoce bien ambos escenarios.
En 1985, cuando tenía 17 años y siete meses, ganaba el primero de sus tres títulos en Wimbledon (también se lo adjudicó en 1986 y 1989; en total, se apropió de seis torneos del Grand Slam).
En abril del 2022, cuando tenía 54, ingresaba en la prisión de Wandsworth, condenado a dos años y medio de cárcel –luego reducidos a 231 días (ocho meses)– por ocultar bienes y deudas durante un proceso de bancarrota.
En Wandsworth, de un día para otro, Becker, deportista legendario, mito caído en Alemania, se convertía en el preso A2923EV.
“A nadie parecía importarle quién era yo antes de Wandsworth –nos cuenta en Inside (Planeta), el relato de su experiencia en prisión–. Nadie vino a preguntarme cómo fue ganar a Ivan Lendl o perder contra Michael Stich, o si Rafa Nadal iba a ganar su decimocuarto título francés. Allí dentro solo les importaba mi procedencia. Era el alemán”.
Becker nunca debía ducharse a solas; tuvo que buscar el amparo de una camarilla que le ofrecía protección
El relato, por descarnado, trasciende el retrato de una leyenda caída en desgracia para sumergirse ante nuestros demonios.
Nos lleva a plantearnos cómo es la vida de cualquiera en prisión, cómo es la vida de una celebridad en prisión (el asunto es rabiosamente actual, ahora que Nicolas Sarkozy ha ingresado en La Santé, en París), qué papel juegan funcionarios y alcaides en los pasillos del recinto, cómo se mueve ahí un personaje público, qué trato le dispensan los otros presos.
“Son los gritos lo que más te horroriza la primera noche que pasas en la cárcel (…) No sabes de dónde vienen. Pero quizás aún peor que los propios gritos que resuenan en esta fría celda con su moho, su retrete sucio y el ventanillo roto en la puerta sea el no saber qué los provoca. ¿Sufren pesadillas estos hombres mientras duermen, o están despiertos y rabiosos?”.
Se mezclan aquí surrealismo y realismo crudo, la aventura de un millonario acostumbrado a viajar en aviones privados y dormir en hoteles de lujo, cuando el mundo estaba a sus pies, y que ahora se ve impartiendo clases de inglés y matemáticas para aumentar el peculio semanal (quince libras semanales) y así telefonear a su mujer, Lilian.
Entre el recinto de su glorioso Wimbledon y su cárcel apenas se abrían tres kilómetros de distancia
“La primera vez que telefoneé a Lilian, no respondió. ¿Cómo iba a hacerlo? Ella no sabía que podía llamarla. No sabía que lo estaba intentando ni reconoció el número que aparecía en la pantalla”.
El teléfono, cuenta Becker, colgaba en una pared de la celda. Era un modelo anticuado de línea fija con un cable de plástico muy corto entre el dispositivo principal y el auricular.
Cuando necesitaba ducharse, Becker lo hacía junto a una pequeña camarilla de presos, pues jamás debía ducharse a solas: nunca sabes quién viene detrás.
Se vio duchándose con chanclas (“nunca las había usado, acostumbrado como estaba a los hoteles de cinco estrellas, pero era la única solución para no sufrir hongos”), y también se vio aburrido, contemplando la pared de su celda durante horas, pues aquella era una prisión, y de la mazmorra solo se salen tres horas al día. Se vio leyendo las autobiografías de Barack Obama y Karl Lagerfeld mientras se ensoñaba recordando a Andre Agassi, “aquella estrella del rock que había aparecido en 1992 y que llevaba el pelo largo y el pantalón corto vaquero, y tenía el apoyo de Nike, y era buen orador y tenía parejas glamurosas, como Brooke Shields y Barbra Streisand (…) Encima, era mejor tenista que yo. Estaba destrozado, no lo vi venir”.
También corre por ahí Open, la biografía de Agassi, aunque esta obra no acaricia la honestidad literaria ni el compromiso de Becker, Ícaro del siglo XXI.
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