El cielo del Golfo Pérsico se cerró el lunes como un portazo. Qatar, Emiratos Árabes, Kuwait y Omán bajaron su persiana aérea tras un ataque iraní a bases estadounidenses y británicas en Doha, una réplica a bombardeos de Estados Unidos e Israel sobre Irán. En un solo día, 518 aviones, muchos de gran capacidad, volvieron a su aeropuerto de salida tras horas de vuelo o fueron desviados a pistas alternativas lejos de su destino final.
Qatar, Emiratos Árabes, Kuwait y Omán bajaron la persiana tras un ataque iraní a bases estadounidenses y británicas en Doha
El cielo del Golfo Pérsico se cerró el lunes como un portazo. Qatar, Emiratos Árabes, Kuwait y Omán bajaron su persiana aérea tras un ataque iraní a bases estadounidenses y británicas en Doha, una réplica a bombardeos de Estados Unidos e Israel sobre Irán. En un solo día, 518 aviones, muchos de gran capacidad, volvieron a su aeropuerto de salida tras horas de vuelo o fueron desviados a pistas alternativas lejos de su destino final.
Un ejemplo: tres vuelos de Qatar Airways, despegados por la tarde desde Madrid, Barcelona y Málaga rumbo a Doha, recibieron la noticia sobrevolando Grecia. Dos regresaron a España; el tercero buscó refugio en Estambul. No fue un simple imprevisto: fue la enésima prueba de que los cielos, arterias que conectan un mundo globalizado, están fracturados por la geopolítica, convertidos en un tablero donde los aviones comerciales son piezas vulnerables.
El Golfo
El Golfo Pérsico no es un cruce cualquiera. Es un nudo que a lo largo de este siglo, ha ganado peso en la aviación global, un corazón que une Europa, América, Asia, África y Oceanía. En 2024, el aeropuerto de Dubai, la casa de Emirates, alcanzó 92,3 millones de pasajeros, unos 252.186 al día, según Dubai Airports. Doha movió 52,7 millones, cerca de 143.989 viajeros diarios, la mayoria con Qatar Airways. Abu Dhabi rozó los 29 millones, Kuwait llegó a 15,4 millones y Muscat rondó los 13. Estas cifras, oficiales de operadoras aeroportuarias y oficinas de turismo, dibujan una región clave en el flujo global de viajeros, donde la mayoría usa sus aeropuertos como puntos de intercambio. Un conflicto de esta magnitud genera el caos en estas estaciones aéreas de conexión en cuanto alguna pieza no está en su sitio.
El caos se desató el 13 de junio, cuando los ataques de Israel a Irán clausuraron los cielos de Irán, Irak, Israel, Jordania y Siria, forzando a aerolíneas como Emirates, Qatar Airways o Air India a buscar rutas por Egipto, Arabia Saudí o Turkmenistán. En total, 3.000 vuelos diarios, según Flightradar24, fueron cancelados o desviados, un cambio drástico que disparó el consumo de combustible y las tarifas.
Otras regiones en conflicto
No es un drama aislado. El mapa aéreo global tiene zonas rotas. Desde 2022, Ucrania y Rusia mantienen sus cielos cerrados en una guerra de sanciones mutuas que recuerda los días más oscuros de la Guerra Fría. Volar de Europa a Asia ahora significa rodeos que añaden horas y miles de euros por trayecto, según la consultora Norton Rose Fulbright. Desde hace tres años, un viajero que quiera volar desde Barcelona a Moscú debe pasar por Estambul o Dubai, mientras las aerolíneas chinas, que aún cruzan Rusia, ganan ventaja competitiva.
Más al sureste, India y Pakistán han extendido su veto mutuo hasta finales de este mes, tras un ataque en Cachemira que reavivó tensiones. Aerolíneas como Air India sortean el espacio pakistaní, encareciendo rutas a Europa. En el norte de África, la disputa entre Argelia y Marruecos, con el cielo argelino cerrado a aviones marroquíes desde 2021, evidencia las eternas rencillas diplomáticas entre estos vecinos, complicando algunos vuelos. En Sudán y Yemen, conflictos internos restringen rutas clave entre Europa y el este de África. Y luego está Corea del Norte, un espacio aéreo que, sin estar formalmente cerrado, es un “mejor no lo sobrevolaremos” tácito: sus pruebas de misiles impredecibles obligan a las aerolíneas, incluso chinas, a evitarlo como si fuera una zona maldita.
Riesgo y reclamaciones
El riesgo no es solo logístico. Los fantasmas del pasado sobrevuelan cada decisión de cierre de cielos. El derribo del vuelo MH17 en 2014 sobre Ucrania, o el del vuelo 752 de Ukraine International Airlines en 2020 cerca de Teherán, son recordatorios de que un misil perdido puede convertir un vuelo comercial en una tragedia. “Los cielos no son neutrales; son un campo minado”, sentencia Tim Atkinson, piloto y consultor aeronáutico curtido por años de crisis.
La industria clama por moverse y hallar soluciones. Willie Walsh, director general de IATA, no oculta su frustración: “La actual es la peor situación que hemos visto. Los cierres nos están matando competitivamente, y la falta de coordinación global es un desastre”, dijo. Desde Dubái, en mayo de 2025, insistió en un sistema unificado de inteligencia de riesgos para anticipar crisis, algo que resulta ciertamente difícil. Por su parte, aun siendo el más galardonado, Badr Mohammed Al-Meer, CEO de Qatar Airways, excusó su presencia en los Skytrax Awards para gestionar el conflicto desde la región, y su diagnóstico es implacable: “Nuestra prioridad es mantener los aviones en el aire, pero la geopolítica nos ata las manos”. Mark Zee, piloto y controlador de OpsGroup, va más allá: “Necesitamos un sistema global que anticipe riesgos, no que reaccione cuando los misiles ya vuelan”.
Política, fronteras y aviones
Las afectaciones aéreas no solo son producto de misiles y bombas, sino también de órdenes y decretos. El 9 de junio de 2025, el presidente Trump prohibió la entrada a Estados Unidos a ciudadanos de doce países, desde Afganistán hasta Yemen, y restringió visados para otros siete, incluyendo Cuba y Venezuela. La medida, que afecta incluso a pasajeros en tránsito, ha afectado ya a aerolíneas como Turkish Airlines o Ethiopian Airlines, cuyos hubs en Estambul y Adís Abeba pierden tráfico por una decisión emitida desde Washington. El turismo y los negocios en países en desarrollo se ven afectados, mientras los viajeros evitan conexiones por miedo a quedar atrapados en un limbo burocrático. El pasado 13 de junio, la matriz de Iberia, British Airways y Vueling, IAG, cayó un 4,8% en el IBEX, una prueba de que el mercado también siente el peso de este mundo fracturado.
La aviación comercial, símbolo de un planeta conectado, voló el lunes en círculos al no poder llegar al golfo, atrapada en un bosque de puertas cerradas. Los desvíos queman combustible innecesario y disparan costes; las aerolíneas, con una rentabilidad muchas veces volátil, tiemblan ante la próxima crisis. Pero el verdadero peligro acecha en la inseguridad: un cielo convertido en campo de batalla no distingue entre un avión militar y uno lleno de vidas.
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